Esta semana, líderes de Nebraska anunciaron que convertirán un campamento de trabajo en McCook —a poco más de una hora al sur de North Platte— en un centro de detención de inmigrantes. Lo están llamando “Cornhusker Clink” en un intento de normalizar una atrocidad, y por eso no volverán a escuchar ese nombre de nuestra parte.

No es únicamente el nombre lo que causa desconcierto. Lo que me inquieta es la tristeza que busca esconder: familias separadas, vecinos arrancados de sus hogares, niños preguntando cuándo volverán mamá o papá.

Estas instalaciones no hacen que nuestras comunidades sean más seguras. De la misma manera que las redadas en lugares de trabajo y los arrestos de personas en su empleo no nos hacen más seguros.

Lo único que generan es miedo, aumentan los costos para los pagadores de impuestos y desalientan a la gente de reportar crímenes.

Ya hemos visto el daño que causa la detención cuando se separan familias y las personas quedan incomunicadas de sus abogados. Nebraska merece algo mejor que cárceles que destruyen familias y debilitan la confianza pública.

Lamentablemente, esta decisión no es aislada. En todo el país, ICE está expandiendo los centros de detención a gran escala.

En junio, más de 56,000 inmigrantes estaban siendo detenidos —la cifra más alta desde 2019. Y en los próximos cuatro años, más de 170 mil millones de dólares fluirán hacia ICE y el control fronterizo, suficiente para convertirlo en la agencia federal de seguridad más grande en la historia de EE.UU. Ese dinero casi triplicará la capacidad de detención, financiando más de 100,000 camas en todo el país.

Esto no representa quiénes somos, y un centro de detención en Nebraska no es “The Good Life” o “La Vida Buena”: traiciona nuestros valores y debilita nuestra visión de un estado acogedor.

En CIRA, seguiremos luchando por la justicia, la dignidad y el debido proceso para todos. Porque Nebraska merece un futuro basado en la comunidad, no en las prisiones.